Así llamaba mi abuela a la actual fiesta de Halloween. En contra de lo que muchos piensan, no es una fiesta importada de EEUU. Si bien es cierto que con el paso de los años «ha regresado» al continente europeo.
Mi abuela nació en 1912 en Paternoy. Un pueblo «perdido» (y actualmente deshabitado desde 1964) del Pirineo aragonés. Nunca tuvo agua corriente, luz o carretera. Ella me contaba que durante los días anteriores recogían las calabazas del huerto, les hacían un orificio en la base y posteriormente con una navaja les realizaban incisiones en forma de ojos y boca, vaciando la pulpa. Luego les introducían una vela por la base y las ponían en las ventanas de todas las casas. En su caso, en la ventana de la cocina de casa Cristo de Paternoy, que daba a un callejón.
Actualmente es necesario usar la imaginación para evocar la estampa. Hoy en día la entrada a la casa se encuentra así:

Una imagen perfecta para cualquier historia de miedo. Al fondo, a la derecha, la entrada a la casa.
La razón de poner calabazas con velas en las ventanas era espantar a las almetas, que ese día salían libremente de las tumbas y vagaban por los pueblos y caminos intentando conseguir paz, exculpaciones o dar por terminados acontecimientos que habían dejado a medias en vida.

Esta tradición se la enseñó su madre, María Bailo, que también la recibió de sus padres, José Francisco y Lucía, y ellos de los suyos… y así podría seguir hasta 1661, que es hasta dónde tengo constancia de mi familia de Paternoy. Una mujer excepcional, como la recuerda, nacida en Santa María La Peña. Callada, prudente, muy enamorada de su marido, Maximino, y profundamente respetada por él. En todos los aspectos. «Una mujer con sentido común«, me decía muchas veces.
Ese día era común elaborar unos dulces para tomar por la noche a la luz del fuego familiar. No recuerdo muy bien qué tipo de postre era. Pero sí que comían frutos secos: nueces, almendras o avellanas recolectados en el campo o en sus huertos. Un ambiente solemne reinaba durante todo el día. Una mezcla de miedo, desasosiego y nerviosismo, sobre todo en los niños.

También había momentos para las bromas, aunque parezca mentira. Por aquel entonces (aproximadamente el año 1900) vivían más de 130 vecinos en Paternoy. Había mucha gente joven, mozés y mozetas en edad de festejar. Era muy común que el mozé enamorado llamará a la puerta (con la aldaba claro) y la mozeta (que creo que lo esperaba) se asomase a la ventana de la cocina (que solían dar encima de las puertas de entrada) y él le diera un tremendo susto acercando a la ventana una almeta. Que no era otra cosa que una horrible cara por ellos fabricada con trapos, hojas o piedrecillas atada al final de un palo largo. También se utilizaban los huesos o el cráneo de algún animal. En esta temporada había muchos puesto que se acercaba el invierno y era el momento de matar los animales de casa para hacer acopio de comida y no pasar hambre. Antes los inviernos eran más largos y más fríos.
Otras veces les llevarían dulces, pero el día de las almetas era necesario dar sustos como una forma de demostrar interés hacia ellas.
Terminando con lo que debería haber sido el principio del texto, debo decir que la fiesta de los difuntos tiene un claro origen celta y pagano, mezclado con la posterior celebración cristiana de recuerdo a los muertos en la familia.
A EEUU llegó en el siglo XIX de la mano de los numerosos irlandeses que emigraron en esa época al continente europeo. Una población por entonces muy empobrecida pero muy rica en cultos ancestrales.
Los americanos, expertos en magnificar cualquier rito, la llenaron de chuches, disfraces y decoraciones extravagantes. La primera vez que vi la fiesta americana de Halloween fue en la película de E.T. El Extraterrestre, dirigida en 1982 por @stevenspielberg y escrita por la guionista Melisa Mathison.
